Dueño de cientos de canciones que florecieron sobre el campo verde del valle del Mantaro. Creador de la música del huaylarsh moderno. Ejecutor del violín con técnica y limpieza. Compositor de los himnos en huaino de Huancayo y su natal Chupuro. Todo eso hizo don Zenobio Dagha Sapaico, el hombre que según una leyenda debutó ante el público a los cinco meses de edad: cuentan que su padre, embriagado, una tarde de fiesta del pueblo salió al ruedo para enfrentarse con un toro. Su madre salió a rescatarlo. Sobre su espalda, la mujer cargaba con una manta a un Zenobio con apenas cinco meses de nacido. Ocurrió entonces que el pequeño se desprendió de la espalda y cayó. La bestia se acercó y asomó su nariz sobre la criatura y, luego de un silencio tenso en el público, se alejó a paso lento.
Eso dice la leyenda. Su biografía dice que nació un 4 de abril de 1920, Sábado de Gloria, en Chupuro. El mismo compositor y músico se encargó de explicar su ascendencia en una entrevista concedida en 1995 al ya desaparecido estudioso huancaíno Alejandro Espejo.
—Yo soy descendiente, por parte de mi madre, de los pobladores primeros de la tribu allauca, en Chupu Ulo, que hoy (es) Chupuro.
Aquel distrito ubicado al sur de Huancayo, fue escenario de sus primeros pasos y allí, a los 8 años, aprendió a tocar el violín. ¿Su maestro? su padre, Saturnino Daga. El pequeño nunca más se desprendió de aquel instrumento que llegó a convertirse en una parte más de su cuerpo.
Al terminar la secundaria en el colegio Santa Isabel, decidió seguir estudios de música en la Academia Musical Récord Argentina, según testimonio recogido para un libro biográfico publicado por el profesor Apolinario Mayta Inga (Zenobio Dagha Sapaico: Patriarca del Waylarsh Wanka).
Desde joven, Zenobio conoció a otros precursores de las orquestas típicas del centro. Conoció a Pablo Pastor Díaz, quien lo convocaría para integrar su orquesta Los Aborrecidos del Centro.
De aquellos años quedan otros nombres para la historia de la música típica del valle del Mantaro: Ascario Robles Rodríguez, director de la orquesta Orfeón de Huancayo; Adrián Solano Cruz y la Lira Tarmeña; Tiburcio Mallaupoma y la Lira Jaujina; Vicente y Alfredo Saquicoray, fundadores de la orquesta Águila de San Jerónimo de Tunán.
El joven Zenobio se nutrió de todos ellos. Alimentó su espíritu con melodías de violines y clarinetes y cuerdas graves marcando el compás en el arpa. Años después, escoltado por sus estudios en música y habiendo creado su propia orquesta, le cambiaría la vida a todo un pueblo del centro, con una música más alegre que luego sería bautizada como el huaylarsh moderno.
EL SEÑOR DEL HUAYLARSH
Hasta mediados del siglo XX, los pueblos del sur de Huancayo solían deleitarse al calor del trabajo agrícola, con un zapateo que raspaba el suelo. Aquel baile era conocido por todos como el huaylarsh.
«Antes incluso ya había concursos —recordaba Luis Cárdenas Raschio, el estudioso y amigo de Dagha, en una plática sostenida para esta historia en el 2010—. Yo he ido desde chico, los he seguido».
«Todo era en quechua. Antes no había diferencia entre antiguo y moderno. El que quería bailar antiguo lo hacía, el que quería al estilo moderno, también lo hacía. La música era cantada y con clarinete, otros con quenas».
«Zenobio Dagha había creado en 1950 la legendaria orquesta típica Juventud Huancaína»
Faltaba algo en aquella música. En la entrevista con Alejandro Espejo, Zenobio Dagha recuerda cómo se vio enfrentado a aquel vacío musical: «Me daba pena. Bailaban cualquier huainito. No tenían música fija (para) los zapateos. Yo tuve que tratar de componer una música. Pensando en eso estuve como tres meses. Una noche, entre sueños empecé a tocar, empecé a cantar, zapateando yo mismo, bailando, probando, a ver cómo sale. De esa manera tuve que descubrir esa música del huaylarsh moderno».
Zenobio Dagha había creado en 1950 la legendaria orquesta típica Juventud Huancaína. Aquel conjunto conformado por dos saxos, dos clarinetes, dos violines y un arpa, le daría especial sonoridad y prestancia a su nueva creación que no tardaría en meterse, sin pedir permiso, en el alma del pueblo.
Previamente, tras ganar un concurso regional, Zenobio Dagha presidió la Embajada de Arte Vernacular de Huancayo para participar en la Gran Feria Continental de Octubre 1949, en Lima. Allí hizo escuchar su muliza con fuga de huaylarsh Mi Tierra Huanca, logrando conquistar al público capitalino.
En 1952, la orquesta de Zenobio Dagha fue contratada para tocar en el distrito de Huancán. Fue entonces que, violín en mano, presentó oficialmente en sociedad la nueva música para bailar el huaylarsh moderno (Huaylarsh Águila Huancán).
En palabras de Nicolás Matayoshi, conocido estudioso huancaíno, Zenobio Dagha pudo hacer todo eso a la luz de su formación académica en música. «(Dagha) fue un músico profesional que se metió en la música andina», sentencia.
Testigo presencial de aquellos años fue Jacinto Unsihuay Carhuallanqui, quien, junto con su hermano Teófilo, integró la orquesta de don Zenobio. Lo visité en su domicilio rodeado de maizales de Huayucachi, en el año 2010. Jacinto tenía 83 años. Falleció luego, en el año 2013. «La música del huaylarsh era más lento —recordaba entonces—. Huaineado era. Al poco tiempo don Zenobio Dagha toca más movido y por eso salió bien».
Tal es el aporte de Dagha: si antes zapateaban más lento con una melodía similar al huaino, el compositor chupurino dio vida a una música más alegre y ligeramente acelerada para el deleite de los mortales amantes del zapateo. Así nació lo que hoy conocemos como el huaylarsh moderno.
Pasaron décadas y surgieron cientos de elencos de danzantes. En Huancayo. En Lima. Nuevas orquestas aceleraron aún más el huaylarsh moderno. Y la gente, bailando hasta desmayarse.
Y algunos, bailando hasta morir. Así murió Rossemary Manrique Unsihuay. Ocurrió en el 2010. La mujer acababa de zapatear en un concurso de Huayucachi y un paro cardíaco puso fin a sus tres décadas de existencia. Sus compañeros la despidieron bailando huaylarsh.
Pero no solo de huaylarsh muere el hombre. También mueren de composiciones creadas por Zenobio Dagha.
EL SEÑOR DE LOS HIMNOS
Una crónica publicada en 1968 por César Lévano en Caretas reseña la muerte de Luzmila Salas, integrante, con su hermana Bernardina, del dúo Las Alondras. Habían cantado dos composiciones de Zenobio Dagha (Sola, siempre sola y el Huaylarsh 60). El público reunido en el Coliseo Nacional de Lima exigía ¡otro! ¡otro! «Y el corazón de Luzmila cesó de latir».
César Lévano destacaba así la fuerza de las composiciones de Zenobio Dagha. Lo escuché alguna vez deletrear, con alegría, parte del huaino Vaso de Cristal.
Además de crear el huaylarsh moderno y ejecutar impecablemente su violín, Zenobio Dagha tiene el mérito de haber nutrido el repertorio andino con no menos de 686 composiciones registradas en la APDAYC. Su huaino se hizo internacional en la quena de Raymond Thevenot y su huaylarsh en dialecto huanca, Hermano Shay, quedó registrado en las voces del grupo chileno Inti Illimani.
Entre sus huainos y mulizas, están el himno a su terruño (Bajo el cielo azul resplandece, tierra bendita es mi Chupuro) y el himno de Carhuamayo o Hermelinda (Carhuamayo, mi tierra linda, con tu fiesta, 30 de agosto). Y está, señores, el himno de Huancayo, aquel huaino inmortalizado en la voz de Víctor Alberto Gil Mallma, el Picaflor de los Andes. (Yo soy huancaíno por algo, conózcanme bien, amigos míos).
Con todo lo creado en vida, don Zenobio recibió incontables reconocimientos y fue testigo de tres monumentos construidos a imagen y semejanza, para ser recordado después de su partida.
LA DESPEDIDA
Antes de partir, Zenobio Dagha ofreció un último recital que organizamos con un grupo de periodistas de la revista Crónika, en el marco de un homenaje a José María Arguedas, quien alguna vez escribió sobre el huaylarsh que «se convirtió de danza de cosecha en danza de carnaval, y de danza de carnaval en baile popular». La presentación se realizó un 9 de agosto. Sábado del 2008.
Dagha tenía 88 años. Compañero de escenario, otro grande: Máximo Damián. Cuánta música, maestros. Ambos arrancaron a sus violines una mezcla de fiesta y nostalgia andina.
Don Zenobio nunca más volvió a tocar en público. El sábado 6 de setiembre, Dagha recibe un último homenaje en vida. Allí se encontró (a modo de despedida) con Alicia Maguiña quien confesó haber llegado a la música del valle del Mantaro gracias al maestro chupurino: «Zenobio Dagha —explicaba Alicia— toca el violín y cuando uno canta (con él), es una cosa como que se escarapela el cuerpo».
Ya para entonces la salud del maestro estaba quebrada. Fue internado en el hospital del seguro público. Su vida se apagó la noche del domingo 9 de noviembre del 2008. El mismo escenario del auditorio municipal de Huancayo donde se presentó por última vez con Máximo Damián, lo aguardaba para el concierto fúnebre de su despedida.
Y luego, la misa de cuerpo presente, en su casa, la casa de Chupuro, la casa que a pedido del maestro debería convertirse en un mausoleo, y allí tendrían que exhibirse sus partituras y sus discos, sus cinco violines, su sombrero y su chaleco color vicuña.
Y luego, el viaje final. Polleras multicolores de huaylarsh se mezclaron con incontables arreglos florales. Desconsolados saxos cantaron huainitos. Plañideros violines lloraron mulizas. Noche de luna era, aquella tarde de su despedida. El eterno y resplandeciente cielo de Chupuro se ahogó en lágrimas. Un arco iris asomó en simultáneo sobre el valle. Don Zenobio Dagha acababa de volver a nacer. Esta vez, a la eternidad.
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