Música y Memoria

Ayacucho: Carnaval de las guitarras rebeldes

Desde el epicentro del carnaval en estilo “pumpín”: cantos y coplas de una comunidad asolada antaño por el conflicto armado interno.

Foto: Wilber Huacasi - 2020.

Ese sonido que brota desde las entrañas de las guitarras del cerro Waswantu no es música. Ese sonido es un grito. Un grito agudo. Un grito agudo de protesta y reflexión. Ese sonido es también el grito de la memoria popular de comunidades ayacuchanas que fueron golpeadas, en tiempos idos, por el conflicto armado interno.

El viento silva en estas alturas. El Waswantu es, en realidad, una extensa planicie ubicada a unos cuatro mil metros de altitud. Cuentan los mayores que este paraje era, antaño, el escondite de amores furtivos de chicas y jóvenes que venían desde Huancapi, Cayara, Huancaraylla y Colca, distritos todos de la provincia Víctor Fajardo, en Ayacucho.

En la década de los años setenta, esta locación se convirtió en el epicentro de los concursos de carnavales en el estilo de la guitarra aguda del “pumpín”.

Ya en los ochenta, según documentó el investigador Jonathan Ritter, en Waswantu se radicalizó el “pumpín”, con el surgimiento del grupo terrorista Sendero Luminoso. Sobre la marcha, los cantos que aludían a la llamada “revolución” fueron reemplazados por cantos testimoniales que denunciaban los abusos del Ejército.

Guitarra peculiar

Han pasado tres décadas y en las alturas del Waswantu Henry Ramos Huamán pasea con una camisa blanca y un sombrero negro adornado con plantas nativas. El atuendo es similar en los varones de la familia. Todos guitarra en mano. Es domingo. Inicio de carnavales. El formato del conjunto de su familia comprende tres ejecutores de guitarra y tres cantoras. Henry explica que el sonido agudo de este estilo no ha sufrido mayor variación con los años.

La guitarra del estilo “pumpín” es rebelde en su diseño. A diferencia de sus hermanas de Huamanga, que funcionan con seis cuerdas de nailon, la guitarra de Waswantu grita con doce cuerdas, todas de metal.

Para facilitar la ejecución y el sonido agudo, los músicos utilizan un puente como accesorio en el noveno traste del instrumento. “A veces podemos subir hasta el décimo traste, dependiendo de la voz de las cantoras”, explica Henry Ramos Huamán, guitarrista de Huancapi.

La guitarra del estilo “pumpín” es también rebelde en su afinación. La tercera y la sexta cuerda son ajustadas en Fa sostenido. Según pude constatar, esta afinación les permite ejecutar la línea melódica aguda y los bajos al mismo tiempo, con la ayuda del puente. Todas las canciones terminan en Sol menor sostenido.

Este acorde de tonalidad triste encaja con las voces femeninas que preparan letras testimoniales en quechua para cada concurso, como ocurre esta tarde de febrero en Waswantu.

Yoel Oré Meza, otro joven guitarrista y estudiante de Derecho en Huamanga, practica unos cantos tradicionales con la misma afinación y técnica de todo Waswantu. Lo acompaña su hermano, Oliver, un estudiante de colegio y muy poco de hablar, lo suyo es el canto en la guitarra que suena así:

Protesta y memoria

Es todavía temprano. Yoel ensaya con su conjunto “Los Rosales de Llusita” cantos en quechua que denuncian la falta de atención ante el problema de la anemia y hay otras letras que protestan por la contaminación minera. Al atardecer volveré a encontrarlos, pero esta vez estarán celebrando tras ser proclamados como los ganadores.

Otro conjunto, de nombre “Sumaq Sunqu de Cayara”, trajo letras sobre los candidatos al Congreso, advirtiendo que cualquiera que ingrese se olvidará de los pobres. Hay otra comparsa que llama la atención al Gobierno por la falta de prevención por el coronavirus. Siempre en un canto agudo. Siempre en quechua.

En paralelo con el concurso, un conjunto de nombre “Siwargente” se desplaza por la planicie como parte de la farra. Paulina Tinco y su hermana Reyna son las cantoras y confiesan que ya no pueden concursar. Los han excluido. Su pecado fue ganar en forma constante en los concursos, confiesan.

Las hermanas Paulina y Reyna ahora cantan para el deleite propio, para bailar con la familia y los más pequeños, y también para hacer memoria:

Taytallanta, mamallanta,
huanuchiptiki, soldadito
(a mi padre, a mi madre,
el soldadito los ha matado)

Piraq, mayraq, educanqa
Piraq, mayraq, wawayninqa
(quién verá por mis hijos,
quién los educará)

Ambas mujeres se quiebran. Junto con estas letras, surge en ellas el recuerdo de la matanza de Cayara. Explican luego que los padres de sus hijos también fueron asesinados durante el conflicto armado interno. Al fondo, las guitarras rebeldes del carnaval prolongan las melodías agudas de estos cantos que son la memoria del pueblo.

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(Nota: Esta es una versión ampliada de un informe publicado en la sección cultural de La República).

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