Relatos

Cusco: Qashwa en la tierra de los q’orilazos

Durante una semana, niños, jóvenes y adultos cantan y bailan para celebrar lo que la vida les da. Un despliegue de líricas amorosas. Una tradición cuyos orígenes se pierden en el tiempo.

Foto: José Víctor Salcedo

Cuando muere el día empieza la qashwa en la tierra de los q’orilazos. El q’orilazo es el habitante de la provincia de Chumbivilcas, en Cusco. El nombre hace alusión a la vestimenta que usan aquellos hombres: chaleco, pantalón de bayeta cubierto por q’arawatanas de cuero (chaparreras), camisa a cuadros, botas con espuelas, sombrero blanco, poncho rojo y un lazo dorado.

Varones y mujeres alternados y agarrados de las manos forman círculos bailando alrededor de un grupo de músicos y cantores. Las qashwas en carnavales son algo muy chumbivilcano. Sus cantos amorosos y existenciales y sus bailes han sobrevivido al tiempo.

Día tras día, durante una semana, salen uno, dos o muchos más grupos a qashwar. Este año, la fiesta es en Santo Tomás, capital de la provincia de Chumbivilcas. Siete horas de viaje desde el Cusco. Los pobladores cantaron y bailaron entre el 23 y 29 de febrero, por carnavales.

Es lunes. Un grupo canta y baila. El cielo se cubre de nubes negras y en unos instantes empieza el diluvio. Las parejas osadas no se inmutan y continúan con la fiesta, mientras rayos iluminan y sacuden Santo Tomás. Bailar y cantar con lluvia y rayos es también algo muy chumbivilcano.

Podría decirse que hay dos formas de qashwar: una más antigua que sobrevive en comunidades donde se festeja con pincuyllos (instrumento de viento más grande que la quena), bombos y tambores; y otra algo más moderna con guitarras, charango y acordeón.

Independientemente del formato de los conjuntos, las letras de los cantos siempre están dedicados al amor, a la tristeza, a la madre de tierra, a la vida. Se oye entonces una sinfonía de voces.

 Ay culebrita,
culebrita venenosa
De qué me sirve tu veneno,
si no me mata
Con la ranura de tus labios,
me mordiste
Ahora te odio y aborrezco,
culebra mala.

Los primeros frutos

Diez músicos. Cinco puncuyllos, cuatro bombos, un tambor y un coro de voces agudas y roncas, de mujeres y varones, animan la fiesta. Bailando, dando brincos a la izquierda y a la derecha, los rodean una docena de parejas vestidas con trajes andinos.

Todo ocurre en la plaza principal de Santo Tomás. Desde los tiempos remotos los campesinos las han celebrado varios días con sus noches con música, baile, chicha y pisco.

Las mujeres visten polleras negras con adornos de flores, chaqueta, llicla (en ella cargan productos de pan llevar), un velo negro (soccota) y montera. La waraca y el p’isto completan el atuendo. Los varones son más recios y duros en sus movimientos. Usan pantalón y chaqueta de bayeta, camisa a cuadros, chalina, birrete (chullo) y choccoto (sombrero).

Un t’incana es un acto de gratitud a la pachamama y a los apus por todo lo recibido

Varones y mujeres sin distinción llevan como una banda, cruzada de izquierda a derecha, los k’aywis, una soguilla a la que están atadas frutas, maíz, papa, pan y otros productos que se usan para preparar el t’impu o puchero, plato típico del carnaval que se hace a base de los primeros productos que da la tierra en el año. Suenan fuerte y brusco los bombos y el tambor, mientras que el dulce sonido de los pincuyllos pelea por hacerse escuchar.

Le cantan al primer fruto de la papa y del maíz. La canción es obra de la Agrupación Cultura Surpuy del distrito de Santo Tomás (Chumbivilcas). Surpuy nació en 2015 para rescatar y reforzar las costumbres de las comunidades originarias de Chumbivilcas, donde desde tiempos imprecisos practicaban las t’incanas.

Zacarías Ccalluche Mendoza tiene 42 años y ahora es presidente de Surpuy. Zacarías es un maestro en tocar el pincuyllo. Lo hace desde que tenía 12 años. Su hermano César y la esposa de este, Ana Sivana Alvis, estuvieron a cargo de organizar la qashwa de este año. Surpuy revive la celebración en el modo antiguo.

Un t’incana es un acto de gratitud a la pachamama y a los apus por todo lo recibido. La noche del primer sábado después del miércoles de ceniza, los pobladores hacen el ritual de la ofrenda a la madre tierra. El pacco arma los despachos y luego los quema. Al día siguiente hacen el despacho en la mesa, echan flores nativas al corral y a los animales. Todos cantan y bailan. La familia Peña cumple el ritual cada año en la hacienda Saynata Poccoray del distrito chumbivilcano de Colquemarca.

Herederos de la qashwa

El miércoles, un grupo de niños, menores de diez años, vestidos con ponchos y sombreros, con pasos todavía torpes y poco rítmicos qashwan en Santo Tomás. Así, en la convicción chumbivilcana, se renueva la tradición carnavalesca. Los cantos y bailes se heredan de generación en generación. Algo auténticamente chumbivilcano.

Los días pasan y las qashwas empiezan a la puesta del sol. Las noches se desenvuelven en un cóctel de música, canto y baile.

Llega el viernes y es el turno de los jóvenes. Shamy Estela Chicata Peña y Julio Carrillo, vestidos de pollera y poncho, avanzan por las calles de Santo Tomás, seguidos de una treintena de parejas. Es una noche serena.

En todas partes los que bailan tienen la misma expresión en la cara, alegre y viva; la misma actitud, festiva y de satisfacción; y la misma mirada, encendida y chispeante. La música y la alegría aumentan en un crescendo avasallador hasta alcanzar su apogeo, vívido y alegre. El coro de voces va cantando por las calles que llevan a algún lugar.

 Vamos a ver esta noche,
Quién se lleva la bandera,
Si serán los arribeños,
O serán los abajeños.
Salir de la versión móvil